En el 2017, el cine como medio encontró una nueva forma de contar historias. Todo surgió en Polonia cuando un matrimonio de cineastas, conmovidos por las cartas de Van Gogh, decidieron llevar a la pantalla grande esa historia recopilada a través de un relato polifónico. Pero eso no era todo. Para los directores Hugh Welchman y DK Welchman había una única manera de elogiar al mítico pintor, nada menos que transformando los fotogramas en pinturas que tuvieran vida propia, esa magia que solo el cine puede traducir.
Un grupo de artistas estuvieron encargados de la hazaña de pintar más de 65.000 fotogramas emulando el estilo de Van Gogh. El resultado fue Loving Vincent, una experiencia sensorial, onírica y magnética que pudo ser reconocida mundialmente y hasta le valió una nominación al Oscar como Mejor Película de Animación. Así es como emergió esta nueva forma de hacer cine: la animación en óleos.
La Vida de Jagna
Ahora el matrimonio de realizadores vuelve con un proyecto igual de ambicioso en el que cada pincelada nos adentra a una fábula cargada de colores, música, texturas, costumbres y simbolismos pero sobre todo resulta en una obra absorbente que te aplasta de tanta pasión y tragedia pero te levanta como el ave fénix.
Se trata de La vida de Jagna y está inspirada en la novela llamada ‘The Peasants’ ganadora del Premio Nobel de Władysław Reymont (escrita en cuatro volúmenes entre 1904 y 1909 y traducida a 27 idiomas).
La historia se remonta al siglo XIX en un pueblo de Polonia donde los campesinos caminan por tierras fructíferas de alimentos pero envenenadas de costumbres patriarcales. En estos pastizales se encuentra «Jagna», con un aura angelical y una belleza encantadora, quien pasea, juega y sueña con irse de ese pueblo alguna vez. A través de un hilo juega a atarse con su dedo a una nube y que se larga de ahí. Pero mientras ella sueña, los hombres del pueblo la anhelan en sus fantasías. Sin embargo, solo un hombre ha conquistado su corazón: el hijo de uno de los más ricos del lugar, aunque él ya está casado. De repente la trama nos va acercando al melodrama cuando la madre de Jagna la obliga a casarse con el viudo que resulta ser el padre de su amado en secreto. Mientras la historia avanza, los cineastas nos sumergen además en un banquete meticuloso de costumbres, donde hay bodas, danzas míticas, canciones populares que se sienten un viaje inmersivo al pasado, en el que la técnica del óleo las eleva acompañadas por una banda sonora que hace honor a cada plano, a cada ambiente, a cada momento.
El relato está esbozado en cuatro partes que retratan cada estación para emular los estadíos de trabajar la tierra como arar, plantar, cosechar. Además, construyen alegorías encadenadas de los estados que experimenta Jagna y la comunidad: gozo, deseos, hambruna, desencuentros, muerte y violencia.
Si en Loving Vincent los cineastas estaban interesados en ensayar sobre la construcción de la verdad, en La vida de Jagna la motivación está en la destrucción de la verdad. La película nunca pierde de vista a Jagna, cuyos ojos destellan una fortaleza que ni la lluvia podrá difuminar.
Los óleos de La vida de Jagna están inspirados en el movimiento artístico del realismo, dotando a la narrativa visual de un poder mítico que transforma a Jagna en una mujer de carne y hueso, con sueños atrapados en las nubes. Después de Jagna, mirar al cielo es contemplar sueños susurrados.
Desde hoy ya en cines de Chile y Latinoamérica