Hace treinta años que un film indio no se encontraba en la competencia oficial del Festival de Cannes y la selección no se equivocó. Con una cinematografía maravillosa, la película y su director, Payal Kapadia, explora India desde la mirada de las mujeres, dos protagonistas y una tercera como actriz secundaria.
Prabha, Kani Kusturi, es una enfermera dedicada, de personalidad calmada y observadora. Prabha, vive con Anu (Divya Prabha) una enfermera más joven que se debate entre lo que quiere hacer versus lo que le dicta el sistema y su cultura. Diferentes las dos, tienen un denominador común, el amor y la intimidad no plenamente realizada.
La película tiene una estética oscura en un comienzo, la lluvia pareciese ser el acompañamiento perfecto del mood de sus protagonistas. Prabha, tiene una vida predecible, del trabajo a la casa en un ciclo cotidiano. Anu, se atreve un poco más, y a escondidas se encuentra con su gran amor, prohibido por su cultura, al ser musulmán y porque su familia le está buscando pareja.
A medida va pasando la historia nos damos cuenta de que las dos quieren cosas que no pueden tener por el sistema cultural en el que viven. Prabha no habla con su marido hace un año y lo último que supo es que vivía en Alemania, y a pesar de que hay un doctor que conecta con su corazón, no puede hacer nada porque aún no vea a su marido, está casada y eso sería un sacrilegio en su sociedad. Lo mismo ocurre con Anu, quien está en el foco de atención del hospital, hasta que le lleva el rumor a su compañera de casa, Prabha, que se está viendo escondidas con un joven musulmán. Esto provoca su curiosidad, pero nunca le dice nada por esto, hasta un momento en particular que es donde se da su único quiebre.
En un comienzo ninguna confía en la otra y es aquí donde entra un tercer personaje a cambiarlo todo. Una mujer mayor, viuda, que no sabe dónde vivirá porque nunca tuvo documentos que acrediten que su casa era suya. Este personaje será la amalgama en un viaje de descubrimiento femenino y de verdadera sororidad, esa que va mucho más allá de las costumbres culturales y sistemas religiosos, esa que se da en la complicidad de no poder buscar la felicidad desde la libertad de deliberación, de poder amar a quién quieras sin que se te juzgue, de juntarte libremente en cualquier lugar y no ser condenado a llevar una cuasi letra escarlata por solo seguir tu corazón.
Una historia de amor y de amistad entrañable, que nace desde las circunstancias más casuales y que, aún sin visión de futuro, el espectador ya sabe que será para siempre.
La banda sonora es espectacular y la revisión de la ciudad como otro protagonista se agradece en una extensión de la emoción de los personajes, incluso cuando van a ese viaje rural que termina siendo transformativo para las tres. La playa, una nueva casa, da la impresión de una nueva vida, incluso estando en el mismo país, bajo el mismo sistema y bajo la mirada aguda de una cultura castigadora con sus mujeres. Es un aire de esperanza, de sanación conjunta por solo haberse encontrado en el camino y entenderse, sin juzgarse, la una a la otra.
Una maravilla de película que es parte de la selección oficial del Festival de Cannes en su edición número 77.