Cannes Día 5: “Oh Canada”, la reflexión final sobre una vida pasada

Compartir

Paul Schrader, el guionista de “Taxi Driver” y director de “American Gigolo” y “Master Gardener” entre muchas otras, adapta el libro “Foregone” de Russell Banks que narra la historia de un director en su lecho de muerte recordando su pasado y sus decisiones, morales o no.

Richard Gere es Leonard Fife, un director que quiere contar la historia de su vida sin filtros antes de que sea demasiado tarde porque tiene un cáncer terminal, para esto, llama a dos de sus estudiantes antiguos, Malcom (Michael Imperioli) y Victoria Hill (Diana), quienes serán los encargados de realizar este documental. En todo momento, el agónico director pide estar cerca de su pareja (Uma Thurman), incluso cuando comienza a revelar cosas inmoralmente correctas de su pasado.

Todo parte en su juventud, específicamente en marzo 30 de 1968, cuando estando casado y con su pareja embarazada, el padre de esta le ofrece un trabajo formal a aceptar. Pero en el contexto de un viaje a Vermont empieza a crecer la duda en retornar o irse a Canada. Cuando el protagonista cuenta esta historia, su pareja (Thurman) no puede creer lo que escuchan sus oídos, como pasa en distintas narraciones de su cansado marido, pero él se empecina con que ella esté ahí, escuchando, conociendo su verdad de cómo fue declarándolo como una de las muestras de amor más grandes a su pareja al contarle “la verdad”.

Gere, hace una actuación brillante, la audiencia puede sentir su cansancio físico y mental, donde se va abriendo, poco a poco, una verdad que está en una delgada línea que va entre la realidad y el delirio del protagonista pasando por diversos episodios de su juventud. Es para este rol que Schrader fichó a Jacob Elordi que interpreta al protagonista como un joven Leonard Fife. El director dijo que Elordi le hacía acordar a Richar Gere cuando filmaron en conjunto 45 años atrás “American Gigolo” lo que le sirvió para quedarse con el papel.

Una de las variables más brillantes de esta película son los distintos formatos que utiliza el director para acompañar los saltos temporales que hay en la historia, como también, las emocionalidades de los personajes. Los ratios ocupados, van transitando entre uno y otro, al igual que el uso del blanco y negro, lo que ayuda al espectador a entrar en el mood del protagonista, ya sea lleno de vida en su juventud, como escaso de ella en sus últimos momentos con planos cerradísimos al personaje de Richard Gere mientras intenta mantener la conversación en coherencia.

Una escena en particular me pareció de una majestuosidad única, con un juego de cámaras que hipnotiza y es inmersivo a la emocionalidad de la situación. El joven Fife (Elordi), recibe una llamada telefónica en la cocina de su casa y la cámara anticipa una noticia fatal, es así como se va moviendo de un lado a otro, envolvente, claustrofóbico, adictivo.

La cinematografía y fotografía también destaca en este film de Schrader, con balance y ritmo perfecto entre la oscuridad de una sala donde como también la banda sonora a cargo de Matthew Houck, músico que el realizador vio tocar en Brooklyn y quedó fascinado con su trabajo.

La película toca temas como la vida y la muerte, la ética periodística, por la manera en que sus estudiantes van abordando la situación de que su objeto de estudio que deambula entre sus recuerdos que pueden ser ciertos o provocados por su enfermedad y la reflexión tardía de las tomas de decisiones que forjaron el camino que está por acabarse.